dijous, 30 de novembre del 2017

Artículo "OTRA MUJER CONFIESA QUE LA HAN VIOLADO"


Artículo de Amparo Ariño
Doctora en Filosofía y Vicepresidenta de AVALL


Publicado el 28-11-2017 en 


OTRA MUJER CONFIESA QUE LA HAN VIOLADO


“Confesó que la habían violado…”. Tal actriz, periodista, secretaria… vamos, tal mujer,  confiesa haber sufrido abusos, acoso, haber sido violada en el pasado o recientemente, por tal director de cine, productor, etc., vamos, por alguien, un hombre, con más poder que ella. Resulta habitual en estos días leer y escuchar el relato que incluye la expresión “confiesa haber sido violada” en los medios de comunicación, incluidas las redes sociales. Con más frecuencia aún desde que están saliendo a la luz los casos de acoso y violencia sexual perpetrados por políticos, directores de cine, personajes famosos, hombres en situación de poder en definitiva.
Sin embargo, a nadie se le ocurriría confesar que ha sufrido un robo, el atropello de un vehículo, una agresión… Se confiesa, es decir, se reconoce a regañadientes, aquello que avergüenza. Por eso la víctima de un delito no confiesa, la víctima denuncia, acusa al agresor, al delincuente, al culpable. Incluso cuando se sufre una estafa, un engaño, cuando alguien se ha aprovechado de nuestra buena fe, se habla de “haber sido víctima de”, se denuncia el caso, no se confiesa haberlo padecido.
Pero desde los valores que la sociedad patriarcal imperante trata de imponer, se quiere convencer a las mujeres en particular y todos los ciudadanos en general de que, en el caso de los delitos cometidos por varones contra las mujeres, la vergüenza, el deshonor, la culpa, es de la mujer, de la víctima y no del hombre agresor. Y el imperio de estos valores patriarcales es tan omnímodo que trasciende hasta el lenguaje periodístico, muchas veces sin intención consciente por parte del periodista. El periodista solo pretende, seguramente, ser y mostrarse comprensivo con la vergüenza que supuestamente debe sentir la mujer violada. ¿Vergüenza la víctima? ¿Vergüenza de qué? Vergüenza,  oprobio, escarnio y condena social es lo que debe caer sobre el agresor. El rechazo de los otros varones, el aislamiento social.
Mientras que solidaridad y respeto es lo que ha de mostrar una sociedad justa hacia las víctimas de esa barbarie. ¿O es que acaso el colectivo masculino se identifica con los violadores, los agresores y por eso es su cómplice desde el silencio? Si no es así, ya están tardando los varones en demostrarlo, desde los juzgados, desde las comisarías, las universidades, los hospitales, incluso desde los más cotidianos lugares de encuentro, el centro de trabajo, el bar del café matutino o la tertulia deportiva.
¿Es difícil hacerlo, verdad, apreciados varones? Los energúmenos machistas son peligrosos. Y cuando detentan algún poder social o económico todavía más. Pero, o les declaráis la guerra abiertamente o sois sus cómplices. A vosotros os corresponde decidir.

Artículo "CUERPO FEMENINO, CUERPO ENFERMO"

 
 Artículo de Amparo Ariño
 Doctora en Filosofía y Vicepresidenta de AVALL


Publicado el 31-10-2017 en 



“Es destacable que las enfermedades ‘vergonzantes’, ligadas a la digestión y a la excreción, se presentan en la publicidad como exclusivamente propias de mujeres”, sostiene la autora.


En uno de los contundentes y valientes artículos a los que nos tiene acostumbradas, Cristina Fallarás se atreve a mantener una postura que puede escandalizar a muchos: señala cómo la cinta rosa del “día del cáncer de mama” contribuye a estigmatizar una vez más la corporeidad femenina.
Es evidente que todos los esfuerzos y todos los recursos que se dediquen a una investigación conducente a la cura, prevención y detección de una enfermedad potencialmente grave, incluso mortal, son pocos. Como lo es también cuanto se haga por la educación de toda la población en la prevención y detección de todas las patologías, y concretamente de cualquier tipo de cáncer, ya que hablamos ahora de esta enfermedad. Pero no es menos cierto que el estigma de ser un cuerpo enfermo, defectuoso, pesa sobre la imagen de la mujer desde hace siglos o, más exactamente, milenios. Y eso va a favor de la misoginia.
Desde la filosofía platónico-aristotélica, y su deriva en el monoteísmo de las tres religiones “del libro” (judaísmo, cristianismo e islam), la mujer es la materia defectuosa de la que se conforma al ser humano, es la causa de la caída en la culpa de toda la humanidad, su cuerpo es la tentación permanente que causa el pecado y la perdición del varón.
Prejuicios, supersticiones, creencias religiosas, y hasta corrientes de pensamiento, han considerado y consideran que la mujer es un ser “inferior”, inferior al hombre, se entiende. En lo concerniente a su corporeidad, el cuerpo de la mujer encarna lo débil, lo sucio, lo peligroso. Es esencialmente “defectuoso”. Es como si se afirmara que la mujer padece de inferioridad fisiológica respecto al varón por el hecho de ser mujer. No diferencia, subrayo, sino inferioridad.
Basándose en este prejuicio,y reforzándolo a su vez, se transmite, en la visualización de lo femenino en los medios el mensaje de que el cuerpo de la mujer es un cuerpo enfermo, tendente a la enfermedad y a los “desarreglos”, en cualquier caso. Incluso cierta publicidad pone de manifiesto una concepción peyorativa de la salud y la corporeidad de la mujer. Es destacable que las enfermedades “vergonzantes”, ligadas a la digestión y a la excreción, se presentan en la publicidad como exclusivamente propias de mujeres. Las campañas publicitarias sobre medicamentos contra la flatulencia, el estreñimiento, las hemorroides… Las protagonizan mayoritariamente mujeres. Y qué decir sobre la incontinencia urinaria, pese a que en los expositores de cualquier supermercado están a disposición del público los pañales diseñados para su uso por varones, todavía está lejos de publicitarse su existencia. Hasta el olor corporal de las mujeres y el de los hombres se valora con un lenguaje visual muy distinto: las mujeres desprenden olores desagradables, vinculados a la enfermedad, a fallos de salud, a lo repulsivo, en suma, que hay que disimular, o mejor, eliminar. Los hombres, en cambio, si usan desodorante solo estarán potenciando su atractivo sexual. No se cuestiona su olor corporal puesto que, en su caso, se considera el sudor como fruto del esfuerzo, y el esfuerzo como un atributo propio de la masculinidad.
También la menstruación ha sido secularmente entendida, y en cierto modo lo sigue siendo, como enfermedad repulsiva y maldita -‘the curse’, para los ingleses- que las mujeres deben ocultar como algo vergonzoso. Especialmente impuras y peligrosas son las mujeres en esos días según el judaísmo y el islamismo.
El cuerpo de la mujer se nos muestra también como defectuoso en el funcionamiento de su sexualidad. La genitalidad femenina parece afectada, en exclusiva, por molestias y problemas. Y así se publicita: las mujeres no lubrican, tienen picores “ahí”, necesitan la ayuda de una crema vaginal para no dejar  “sorprender” al marido. En cambio, los hombres no parecen tener ningún problema en su funcionamiento sexual. Y si los tienen, estos no aparecen en los medios: la Viagra no se anuncia con una publicidad visible, sino mediante spam en Internet, lo mismo que el supuesto alargamiento de pene, por señalar sólo dos ejemplos.
Esta vinculación del cuerpo de las mujeres, por el hecho de serlo, con lo defectuoso, con la enfermedad, es uno de los muchos micromachismos que impregnan el espacio público, y como tal es necesario denunciarlo. Es necesario recordar una vez más, y nunca será suficiente, que los micromachismos alimentan y sostienen una concepción peyorativa de la mujer. Y conllevan un desprecio esencial, ontológico hacia ella, es decir: a la mujer se la desprecia y se la minusvalora por su “ser de mujer”. Ese es el desprecio y la inferioridad ontológica que están en la base de la misoginia legitimando la violencia contra las mujeres.